Los cuentos de mamá Oca, originalmente se llamaron Cuentos de antaño y pertenecen a una publicación de Charles Perrault, en la que el autor recolpiló cuentos infantiles pertenecientes a su cultura. Estos cuentos no pertenecen enteramente a Perrault, sino que son de todos, es decir, son los cuentos que fueron pasando de boca en boca durante muchísimos años, pero fue él, quien los juntó para publicarlos en este libro.
¿Escribió Perrault los cuentos o fue su hijo Pierre Darmancourt? ¿Son relatos para niños o para adultos?.
Estos son los dos interrogantes mayores a la hora de estudiar los cuentos. Charles Perrault era un académico de prestigio, conocido en toda Francia. ¿Qué hubiera pensado el público de su tiempo si un académico se dedicara a escribir cuentos? Parece verosímil el hecho de que Charles Perrault escribiera los Cuentos y los
publicara bajo el nombre de su hijo para evitar las posibles críticas. Pero también es verosímil el hecho de que el hijo escribiera pequeños relatos como ejercicios literarios de expresión y, posteriormente, estos fueran reelaborados por Perrault padre para su publicación.
Paralelamente al problema del autor, está el del público, al cual iban destinados los cuentos. Existen algunos, como Piel de asno, que no están pensados precisamente para niños por la complejidad de la trama argumental y la abundancia de elementos descriptivos y decorativos. Otros, como Caperucita Roja, están
dirigidos sin duda a un público infantil. Relatos como "Grisélidis" o "Barba azul" eran muy del gusto
en las frecuentísimas reuniones de los salones de época en Francia, donde una selecta minoría aristocrática se reunía en un embiente frívolo y sofistificado. Así, pues, la pregunta continúa sin respuesta:
"Los cuentos de la Literatura oral están destinados a un público adulto. Sólo una parte restringida de ese repertorio, los "cuentos de advertencias" y algunos cuentos de animales se dirigen a los niños"...
... Un relato como "Caperucita Roja", que es típicamente un relato de poner sobreaviso, resulta vecino de Barba Azul o El gato con botas, que se reencuentran corrientemente en el repertorio de los soldados o de los agramadores de lino.
Datos del autor
Charles Perrault
Charles Perrault nació en París (Francia), y vivió desde
1628 a 1703. Fue un escritor que ejerció la abogacía durante algún
tiempo, pero a partir de 1683 se entregó plenamente a la literatura. Escribió
el poema El siglo de Luis el Grande (1687), pero en especial Perrault es
conocido ante todo por sus cuentos, entre los que figuran Cenicienta y La
bella durmiente, que él recuperó de la tradición oral en Historias o cuentos
del pasado (1697) y conocidos también como Cuentos de mamá Oca, por la
ilustración que figuraba en la cubierta de la edición original. Llegó a
ser miembro de la Academia Francesa. Su mayor fama la logró escribiendo y
contando cuentos especialmente para los niños.
Los cuentos de Perrault gustaron mucho, pero ni él
mismo pudo imaginar que sus historias infantiles llegarían a perdurar a través
de los siglos, puesto que hace trescientos años que Perrault publicó
sus Cuentos de antaño, en los que aparecieron La bella
durmiente del bosque, Caperucita Roja, Riquete el del copete, El gato con
botas, Cenicienta y Pulgarcito.
Algunas historias para disfrutar
Caperucita Roja
Hace mucho
tiempo, en una cierta villa vivía una pequeña niña campesina, la más bella
creatura nunca vista. Su madre estaba muy orgullosa de ella, y su abuelita la
amaba quizás aún más. Esta buena abuelita hizo para ella una pequeña gorrita o
caperuza de un lindo color rojo, y le quedó tan bien a la niña, que nunca se la
quitaba, y todos empezaron a llamarla Caperucita Roja.
Un día su
mamá, habiendo hecho unos panes y pasteles, le dijo:
-"Ve, mi
amor, donde abuelita a ver cómo se encuentra, pues me contaron que estaba
enfermita. Llévale estos panecillos y pasteles y una jarra de
mantequilla."-
Caperucita
partió inmediatamente para donde su abuelita, que vivía en la villa vecina.
Cuando ella iba atravesando el bosque, se encontró con el lobo Gaffer, que tuvo
la intención de comérsela, pero decidió que aún no, porque andaban leñadores en
el bosque. Él le preguntó que hacia donde iba. La pobre niña que no sabía que
era muy peligroso conversar con extraños, le dijo:
-"Voy a
ver a mi abuelita, y le llevo unos panes y pasteles y una jarra de mantequilla
que le envía mi mamá."-
-"¿Y vive
ella lejos de aquí?"- preguntó el lobo.
-"Oh,
sí"- contestó Caperucita, -"vive atrás de aquel molino que ves por
allá, la primera casa a la entrada de la villa."-
-"Está
bien"- dijo el lobo, -"yo también la visitaré. Yo iré por este
camino, y tú por aquel, y veremos quien llega de primero."-
El lobo
entonces corrió lo más que podía, tomando el atajo más corto, mientras que la
niña iba por el más largo, entreteniéndose recogiendo nueces, persiguiendo
mariposas, y haciendo ramitos de flores que cortaba. El lobo pronto llegó a la
casa de la viejita. Tocó a la puerta -tuc, tuc, tuc.-
-"¿Quien
es?"- preguntó la abuelita.
-"Tu
nieta, Caperucita Roja"-replicó el lobo imitando su voz, -"y he
traído panes y pasteles y una jarrita de mantequilla que mi mamá te
envía."-
La buena
abuelita, que estaba en cama debido a su malestar, gritó:
-"Levanta
la tranca, y podrás abrir"-
El lobo
levantó la tranca y abrió la puerta. Se abalanzó sobre la buena mujer y de un
sólo bocado se la tragó, pues él no había comido nada en tres días. Entonces él
cerró la puerta, se metió en la cama de la abuelita y esperó a Caperucita,
quien al rato llegó y tocó a la puerta -tuc, tuc, tuc.-
-"¿Quien
es?"- preguntó el lobo.
Caperucita al
oír la ronca voz del lobo, al principio sintió temor, pero luego pensando que
la abuelita estaba resfriada, contestó:
-"Es tu
nieta, Caperucita Roja, que te ha traído panes y pasteles y una jarrita con
mantequilla que te envía mi mamá.
El lobo le
gritó, suavizando un poco la voz:
-"Levanta
la tranca, y podrás abrir"-
Caperucita
levantó la tranca y abrió la puerta.
El lobo,
viéndola entrar, le dijo, ocultándose lo mejor posible bajo las sábanas:
-"Pon los
panes y la jarrita de mantequilla sobre la tarima y ven acompáñame aquí."-
Caperucita se
quitó su abrigo y se sentó en la cama, y la sorprendió mucho cómo lucía su
abuelita en sus trajes de dormir.
Caperucita
preguntó:
-"¡Abuelita,
qué brazos tan largos tienes!"-
-"Son
para abrazarte mejor, querida."-
-"¡Abuelita,
qué piernas tan largas tienes!"-
-"Son
para correr mejor, hijita."-
-"¡Abuelita,
qué grandes orejas tienes!"-
-"Son
para oírte mejor, hijita."-
-"¡Abuelita,
qué grandes ojos tienes!"-
-"Son
para verte mejor, hijita."-
-"¡Abuelita,
qué boca tan grande tienes!"-
-"¡Es
para comerte mejor!"-
Y diciendo
esas palabras, el malvado lobo cayó sobre Caperucita y la devoró.
(Nota: aquí
termina la versión de Charles Perrault)
Enseñanza:
Los
"lobos humanos" siempre están al acecho de niños y niñas inocentes.
Nunca se debe dar confianza ni contar cosas personales a los extraños.
Cenicienta o La
Zapatilla de Cristal
Hace muchos años, hubo un
caballero que después de enviudar, tuvo como segunda esposa a una mujer también
viuda que era de lo más orgullosa y altanera que podría imaginarse. Ella tenía
dos hijas propias, que eran, sin ninguna duda, exactamente igual a su madre en
todos sus defectos. El caballero también tenía una joven hija, con un
temperamento tan bondadoso y tan dulce, que ella heredó de su madre, que hacía
que no hubiera otra creatura mejor en el mundo.
No habían
pasado muchos días desde la boda, cuando el mal temperamento de la nueva esposa
la empezó a delatar tal como era. Ella no soportaba la bondad de la joven
hijastra, porque eso hacía aparecer a sus hijas como odiosas. La madrastra le
daba a ella los trabajos más duros de realizar en la casa, lavar los platos,
preparar las mesas, pulir los pisos y limpiar las habitaciones completamente.
La pobre muchacha tenía que dormir en el desván, sobre una miserable cama de
paja, mientras que las hermanastras ocupaban finas habitaciones con pisos
adoquinados, sus camas eran de la última moda, y tenían amplios espejos para
mirarse de cuerpo entero. La pobre muchacha lo soportaba todo pacientemente, y
no se atrevía a contárselo a su padre, quien la habría regañado por ello, ya
que la nueva esposa lo dominaba completamente.
Cuando ella
terminaba su labor, acostumbraba ir a la esquina de la chimenea, y sentarse
entre las cenizas, de ahí que la llamaran "Escarbacenizas". La más
joven de las hermanastras, que no era tan ruda y grosera como la mayor, la
llamó "Cenicienta". Sin embargo, Cenicienta, a pesar de sus vestidos
humildes, estaba siempre mucho más hermosa que las otras, y eso que ellas
usaban lujosa ropa.
Sucedió que el
hijo del rey preparó un festival, e invitó a todas las personas de la alta
sociedad. Nuestras muchachitas fueron invitadas también, pues ellas mostraban gran
prestancia entre la gente del pueblo. Ellas se emocionaron con la invitación, y
estuvieron maravillosamente ocupadas escogiendo vestidos, enaguas, sombreros y
todo lo que pudiera venirles mejor. Eso le aumentó la carga de trabajo a
Cenicienta, pues tenía que plancharles toda aquella vestimenta y plegarle
los paletones. Durante todo el día sólo hablaron de cómo irían vestidas.
-"Por mi
parte"- dijo la mayor, -"me pondré mi traje de terciopelo rojo con
las guarniciones francesas"-
-"Y
yo"- dijo la menor, -"usaré mi falda de costumbre, pero para que haga
juego con ella, me pondré mi capa con flores doradas, y mi prendedor de
diamante, que está muy lejos de ser el más ordinario del mundo."-
Ellas enviaron
por las mejores peinadoras que pudieron encontrar para que las peinaran con un
estilo maravilloso, y compraron cosméticos para sus mejillas. Cenicienta era
consultada en todos estos asuntos, ya que tenía buen gusto. Ella, que no era
rencorosa, siempre les indicaba lo mejor, y también les ofrecía sus servicios
para arreglar sus cabellos, que ellas aceptaban que lo hiciera.
Y mientras
ella les ayudaba con eso, las hermanas preguntaron:
-"Cenicienta,
¿no te gustaría ir al festival?"-
-"Jóvenes
damas"- dijo ella, -"sé que solamente se están burlando de mí. Bien
saben que no estoy presentable como para ir ahí."-
-"Tienes
razón"- respondieron, -"la gente se reiría de ver a una
Escarbacenizas en el festival."-
Todas, menos
Cenicienta, habían arreglado sus cabellos retorcidos, pero ella lo tenía bonito
por naturaleza, y le lucía perfectamente bien. Las dos hermanastras pasaron dos
días de ayuno, pero los pasaron con gusto. Rompieron como una docena de lazos
tratando de ponérselos ajustados, para aparentar una fina y delgada figura, y
continuamente se veían al espejo.
Por fin, llegó
el dichoso día y ellas fueron al palacio, y Cenicienta las siguió con sus ojos
tan lejos como pudo, y cuando se perdieron de vista, se puso a llorar.
Su hada
madrina, al verla en lágrimas, se presentó y le preguntó qué le sucedía.
-"Yo quisiera
poder, yo quisiera poder..."- pero no podía terminar la frase por el
llanto.
Su madrina le
dijo:
-"Tú
deseas poder ir al festival, ¿no es así?"-
-"¡Sí,
claro!"- dijo Cenicienta suspirando.
-"Bien
"- dijo su madrina, -"sé una buena chica y yo haré que
vayas."-
Entonces ella
la llevó a su cámara, y le dijo:
-"Corre
al jardín y tráeme una calabaza."-
Cenicienta
salió a coger la mejor que podía, y se la trajo, y no se imaginaba como esa
calabaza la ayudaría a ir al festival. Su madrina le sacó todo el interior a la
calabaza, quedando sólo la cáscara intacta. Entonces la golpeó con su varita, y
la calabaza se convirtió al instante en un fino y dorado carruaje. Y fueron
entonces a ver la trampa de ratones, donde encontraron a seis, todos vivos.
Ella le ordernó a Cenicienta levantar la tapa de la trampa, y a medida que
salía cada ratón, le daba un toquecito con su varita, y se convertía en el acto
en un fino caballo, y los seis hicieron un gran conjunto, con un bello
color gris vareteado.
Como faltaba
un cochero, Cenicienta dijo:
-"Voy a
ver si no hay una rata en la trampa para ratas, que pudiera hacer de
cochero."-
-"Tienes
razón"- replicó la madrina, -"ve y mira."-
Cenicienta le
trajo la trampa para ratas, en la que había tres grandes ratas. El hada escogió
a la que tenía la barba más larga, y tocándola con su varita, se tornó en un
gordito cochero con el más fino bigote y patillas nunca antes vistos.
Tras eso, ella le dijo a Cenicienta:
-"Ve al
jardín, y encontrarás a seis lagartijas detrás de la vasija de agua, y me las
traes."-
No más las
llevó, y la madrina las transformó en seis pajes, que se colocaron
inmediatamente junto al coche, con sus uniformes todos bordados con oro y
plata, y allí se estuvieron a la orden, como si nunca en su vida hubieran hecho
otra cosa.
Entonces el
hada dijo a Cenicienta:
-"Bueno,
ya ves aquí un carruaje apto para ir al festival. ¿No te gusta?"-
-"¡Oh,
sí!"- gritó ella, -"pero ¿debo ir en estos harapos?"-
Su madrina
simplemente la tocó con su varita, y, en ese instante, su vestidos se tornaron
de oro y plata, y decorados con joyas. Hecho eso, ella le dio un par de las más
preciosas zapatillas de cristal que pudiera haber en el mundo entero. Estando
ya así arreglada, montó en el carruaje, y su madrina le ordenó, que sobre todas
las cosas, no se quedara pasada la media noche, y le advirtió, que si se
quedaba un minuto más, el coche volvería a ser calabaza, sus caballos ratones,
su cochero rata, sus pajes lagartijas, y sus vestidos harapos."-
Ella le prometió
a su madrina que no le fallaría en dejar el festival antes de media noche. Ella
salió, apenas pudiendo contenerse de la felicidad. Cuando llegó, le notificaron
al hijo del rey que una gran princesa, que nadie conocía, había llegado, y
corrío a recibirla. Le dió su mano para salir ella del coche, y la llevó al
salón donde estaba reunida el resto de la gente. Se hizo un profundo silencio,
todos dejaron de bailar, los violines cesaron de tocar, tan atraídos estaban
todos por la singular belleza de la recién llegada. No se oía nada, excepto un
susurro de voces diciendo:
-"¡Oh!,
¡Qué bella que es!, ¡Qué linda!"-
El mismo rey,
que ya era viejo, no podía apartar sus ojos de ella y le dijo a la reina en su
oído que hacía muchísimo tiempo que no veía a una tan bella y adorable
creatura.
Todas las
damas tomaban nota de su vestido y su sombrero, así el próximo día podrían
ellas hacer el mismo patrón, proveyendo encontrar tan finos materiales y unas
manos capaces de hacerlos.
El hijo del
rey la condujo a la silla de honor, y luego la sacó a bailar con él. Ella bailó
tan graciosamente, que cada vez era más y más admirada. Un refrigerio fue
servido, pero el joven príncipe estaba tan ocupado con ella, que no probó un
bocado.
Cenicienta fue
y se sentó junto a sus hermanastras, mostrándoles a ellas gran cortesía, y
dándoles entre otras cosas parte de las naranjas y limones que el príncipe le
había regalado. Esto las sorprendió mucho, pues no había sido presentada a
ellas.
En eso escuchó
que el reloj daba un cuarto para las doce. Ella entonces se despidió de los
asistentes y salió lo más rápido que pudo.
Tan
pronto llegó a la casa, corrió donde la madrina, y dándole las gracias, le
contó lo mucho que desearía poder ir al festival al día siguiente, ya que el
hijo del rey se lo había pedido. Estaba ella emocionadamente contando a
su madrina lo sucedido esa noche, cuando llegaron las dos hermanas y tocaron a
la puerta. Cenicienta les abrió.
-"¡Tanto
que tardaron!"- dijo ella, bostezando, frotándose los ojos, y estirándose
como si acabara de despertar.
Ella no tuvo,
sin embargo, ningún motivo para dormir desde que ellas salieron de la casa.
-"Si
hubieras estado en el festival"- dijo una de las dos hermanas, -"no
te hubieras aburrido ahí. Llegó allá la más fina princesa, la más bella que
haya visto mortal alguno. Ella nos mostró miles de cortesías, y nos regaló
naranjas y limones."-
Cenicienta no
mostró ninguna reacción con ello. Y más bien, les preguntó el nombre de la
princesa; pero le dijeron que no lo sabían, y que el hijo del rey quedó muy
interesado, y que daría todo el mundo por saber quien era. Y Cenicienta,
sonriendo, respondió:
-"¿Entonces
era ella tan bella? ¡Qué afortunadas que han sido!¿No podría verla yo? ¡Ah!
querida Carlota, préstame tus trajes amarillos que usas cada día."-
-"¡Ah sí,
cómo no!"- gritó Carlota, -"¡prestar mis vestidos a una tan sucia
Escarbacenizas como eres tú! ¡Ni loca que estuviera!"-
Cenicienta,
por su parte, esperaba una respuesta semejante y se alegró del rechazo; pues se
hubiera visto en gran aprieto si hubiera aceptado prestarle el vestido que ella
burlonamente le pidió. Al día siguiente las dos hermanas fueron al festival, y
también lo hizo Cenicienta, pero vestida aún más exhuberante que la vez
anterior. El hijo del rey siempre permaneció a su lado, y sus bellas palabras
para ella nunca cesaban. Estas de ninguna manera incomodaron a la joven dama. Y
de seguro, ella olvidó las órdenes de su madrina, de manera que ella oyó al
reloj empezar a dar las doce, y que sólo le quedaban once campanadas. Ella se
levantó súbito y huyó, tan rápida como un venado. El príncipe la siguió, pero
no la alcanzó. A ella se le cayó una de las zapatillas de cristal, que el
príncipe guardó muy cuidadosamente. Ella llegó a casa, casi sin aliento, sin
carruaje, y en sus viejos vestidos, sin ninguno de sus adornos, excepto una de
sus pequeñas zapatillas, la compañera de la que se le había perdido. Los
guardias del palacio fueron interrogados si no habían visto salir a una
princesa, y ellos contestaron que no habían visto a nadie más que a una joven,
muy sencillamente vestida, que tenía más el aire de una campesina pobre que el
de una joven dama.
Cuando las dos
hermanas volvieron del festival, Cenicienta les preguntó si lo habían pasado
bien, y que si la fina dama estuvo allí también. Ellas le dijeron que sí, pero
que ella se retiró velozmente cuando daban las doce, y con tanto apresuramiento
que perdió una de sus pequeñas zapatillas de cristal, la más bella del mundo, y
que el hijo del rey la había guardado. Le dijeron, además, que no había hecho
más que mirarla todo el tiempo, y que lo más seguro es estaba perdidamente
enamorado de la bella dueña de la zapatilla.
Lo que ellas
decían era cierto; por algunos días después, el hijo del rey mandó a proclamar,
con sonido de trompetas, que el se casaría con la joven a quien la zapatilla le
calzara exactamente. Entonces probaron con las princesas, luego con las
duquesas, y con las cortesanas, pero todo en vano. Llegó el turno de probarlo a
los dos hermanas, que hicieron lo imposible para que el pie le entrara en la
zapatilla, pero no sucedió. Cenicienta, que vió eso, y conocía su zapatilla,
dijo:
-"Permítanme
ver si no me calza a mí."-
Sus
hermanastras soltaron una breve risa y comenzaron a burlarse de ella. El
caballero que fue enviado a probar la zapatilla miró atentamente a Cenicienta,
y viéndola muy hermosa, dijo que era justo que ella la probara, y que tenía
órdenes de dejar que toda dama la probara.
Él obligó a
Cenicienta a sentarse, y, poniendo la zapatilla en su pequeño pie, encontró que
entró muy fácilmente, y que le calzaba tan bien como si hubiera sido hecho de
cera. El asombro de las dos hermanas fue inmenso, pero lo fue aún más cuando
Cenicienta sacó de su bolso la otra zapatilla y la colocó en su otro pie. Ahí
mismo, llegó su madrina, quien, tocando los vestidos de Cenicienta con su
varita, los hizo más maravillosos que todos los que había usado antes.
Y ahora las
dos hermanastras acataron que la bella dama que ellas vieron en el festival era
Cenicienta. Ellas se tiraron a sus pies para pedirle perdón por sus maltratos a
ella. Cenicienta las levantó, y abrazándolas les dijo que las perdonaba de todo
corazón, y les pidió que la quisieran siempre.
Cenicienta fue
llevada al joven príncipe, vestida como estaba. Él la encontró más esplendorosa
que nunca, y a los pocos días, la desposó. Cenicienta, que era tan buena como
bella, dio a sus dos hermanastras un hogar en el palacio, y ese mismo día ellas
también se casaron con importantes señores de la corte.
Enseñanza:
La bondad siempre
predomina sobre el error.
El Hada
Había una vez una viuda que tenía dos hijas. La mayor
era muy parecida a ella, tanto en apariencia como en carácter, de modo que
quien conociera a la hija, conocía a la madre. Ambas eran tan desagradables y
orgullosas, que nadie podía vivir con ellas. La menor, que era como una copia
de su padre en su dulzura de temperamento y virtudes, era además una de las más
bellas muchachas jamás conocidas. Y como es natural que la gente ame a quienes
se le parecen, esta madre tenía preferencia por la hija mayor, y al mismo
tiempo, cierta adversión por la menor. Así que siempre la tenía en la cocina
trabajando continuamente.
Entre otras cosas, esta desafortunada joven tenía que
ir dos veces al día a traer agua como a dos kilómetros de distancia, y traerla
en una vasija grande. Un día, cuando ella estaba en la fuente, se le acercó una
pobre mujer, quien le rogó que le diera de beber.
-"Oh, claro, con todo mi corazón, bendita
señora."- dijo la joven.
Y sumergiendo la vasija en la fuente, sacó un poco del
agua clara y se la dió a la señora, sosteniéndole la vasija todo el tiempo,
para que pudiera beber más fácilmente.
Habiendo terminado de beber, la buena señora le dijo:
-"Eres tan linda, tan buena y cortés, que no
puedo dejar de ayudarte si no es otorgándote un don muy especial."- pues
ésta era un hada, que había tomado la figura de una pobre campesina, para ver
cuan civilizada y que buenas maneras poseía esta joven.
-"Yo te daré el don"- continuó el hada,
-"para que a cada palabra que pronuncies, saldrá de tu boca ya sea una
flor o una joya."-
Cuando esta bella joven regresó a casa, su madre la
reprendió por haber tardado tanto en la fuente.
-"Te pido perdón, querida mamá"- dijo la
pobre muchacha, -"por no haber sido más rápida."-
Y pronunciando esas palabras, salieron de su boca dos
rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.
-"¿Qué es lo que estoy viendo?"- dijo la
madre toda confundida. -"¡Pareciera que flores, perlas y diamantes salen
de la boca de esta muchacha! ¿Cómo ha sucedido eso, mi hijita?"-
Esta era la primera vez que ella la llamaba "mi
hijita".
La muchacha le contó francamente todo el suceso, sin
que cesaran de salir flores y joyas de su boca.
-"¡Maravilloso!"- gritó la madre,
-"debo enviar a mi muy querida hija allá. ¡Fanny, ven a ver lo que sale de
la boca de tu hermana cada vez que habla! ¿No te gustaría, querida, recibir el
mismo regalo? Sólo tienes que ir a la fuente, sacar agua con el recipiente, y
cuando una pobre campesina te pida agua para beber, se la das con toda
cordialidad."-
-"Ya quisiera yo verme yendo a la fuente a traer
agua."- dijo despectivamente esta malcriada creatura.
-"Insisto en que debes ir"- dijo la madre,
-"y ahora mismo."-
Ella fue, pero refunfuñando todo el camino, y llevando
con ella el mejor recipiente de plata de la casa.
No más había llegado a la fuente, cuando vio que salía
del bosque una dama magníficamente vestida, quien se acercó a ella, y le pidió
que le diera de beber. Esta dama era la misma hada que se le presentó a su
hermana, pero ahora venía con la apariencia y vestiduras de una princesa, para
ver hasta donde llegaba la rudeza de esa muchacha.
-"¿Es que he venido aquí"-dijo la altanera y
malcriada joven, -"sólo para darte de beber, eh? ¿Supongo que esta vasija
de plata fue traída acá para deleite de su majestad, o no? Sin embargo puedes
beber de él, si así lo crees."-
-"No eres nada amable."- contestó el hada,
sin enojo. -"Pues bien, ya que eres tan insolente, te doy el don especial
de que por cada palabra que pronuncies, saldrá de tu boca, ya sea una culebra o
un sapo."-
Tan pronto como la madre la vio regresar, le gritó:
-"¿Y bien, hija?"-
-"¿Bien qué, madre?"- contestó la infeliz
muchacha, saliéndole de su boca dos serpientes y un sapo.
-"¡Oh, por piedad!"- gritó la madre,
-"¿Qué es lo que veo? Fue tu hermana la causante de todo esto, pero ya la
pagará."- e inmediatamente corrió a castigarla. La pobre joven se alejó
rápidamente de ella, y se fue a esconder al bosque vecino.
El hijo del rey, que regresaba de una persecusión de
cacería, la encontró, y viéndola tan hermosa, le preguntó que qué hacía allí y
por qué estaba llorando.
-"¡Caray, señor!, mi madre me ha forzado a salir
de casa."-
El hijo del rey, cuando vio que cinco o seis perlas, y
muchos diamantes salían de su boca, le pidió que le dijera cómo había sucedido
eso. Ella le contó toda la historia. El hijo del rey se enamoró de ella, y
considerando que tal don era mucho más valioso que lo que cualquier obsequio de
bodas pudiera traer, la llevó de inmediato al palacio del rey, su padre, y allí
se casaron.
Y en cuanto a la otra hermana, se hizo cada vez más
despreciable, tanto que su madre terminó echándola puerta afuera. La miserable
muchacha, después de mucho deambular, fue recibida en una casa como criada,
pero con la condición de nunca jamás pronunciar una sola palabra.
Enseñanza:
Verdaderamente, las palabras pronunciadas por las
personas bondadosas y amables, son siempre lindas flores y preciosas joyas.
Por el contrario, las palabras pronunciadas por
personas despreciativas y altaneras, son siempre hirientes, horribles y
miserables, como verdaderos monstruos.