Puertas de acceso a Decamerón de Boccaccio
¿Qué es el Decamerón?
Decamerón
El Decamerón es un libro constituido por cien cuentos (algunos cuya extensión hace que puedan ser considerados novelas cortas). La temática de estos relatos gira en torno a tres temas principales: el amor, la inteligencia y la fortuna.
El Decamerón, no se trata de una antología o una recopilación de relatos al azar, sino que su autor, Giovanni Boccaccio los escribió a todos dentro de un marco histórico social particular. La forma de entrelazar a estas historias es única y nueva para la época.
En el comienzo de la obra, el autor le cuenta al lector cuál es esta forma de hacerlo; se describe la situación que se está viviendo en Europa al momento de escribirla. En ese momento, se atravesaba una difícil crisis: la peste negra (peste bubónica) estaba arrasando con la población.
Dentro de este marco, diez jóvenes sanos y que gozaban de una muy buena posición social (siete mujeres y tres hombres) decidieron huir de esta situación. Escapando de la plaga, se refugiaron en las afueras de Florencia (con todo lo necesario para sobrevivir cómodamente).
Para no permitir que el aburrimiento se apoderara de ellos, decidieron encontrar la forma de entretenerse, contando historias.
Cada día, nombraban a uno de los participantes soberano, y era éste el encargado de elegir el tema sobre el cuál narrarían en esa jornada.
Esta situación se mantiene durante diez días, en los que cada uno de los diez jóvenes, contaba una historia, llegando así a las cien anunciadas y dar forma al famoso Decamerón (δέκα déka 'diez'
y ἡμέραι hēmérai 'días').
Información adicional
¿Qué fue la "Peste negra" o "Peste bubónica"?
La peste bubónica fue conocida como peste negra debido a las manifestaciones físicas que provocaba en quienes la padecían. Producía una gran y dolorosa hinchazón en los nódulos linfáticos a lo largo del cuello, axilas e ingle. Estos síntomas están acompañados de fiebre, temblores, dolores en las articulaciones y cabeza, malestar general y náuseas. Además los enfermos estaban cubiertos con manchas negras debido al daño en las capas inferiores de la piel y los tejidos.
Esta peste tuvo sus orígenes en el S XIV, en el sur de Rusia, desde donde se extendió hacia Europa.
La enfermedad se propagó gracias a diversas cuestiones (el crecimiento de las rutas comerciales y viajeras, las guerras y hambrunas, condiciones climáticas adversas, la malnutrición, etc.) y llegó a arrasar con poblaciones enteras, esta pandemia acabó con la vida de más de 75 millones de personas (un tercio de la población europea al momento), teniendo un promedio de mortalidad de entre el 30 y el 75 %.
Datos del autor
Giovanni Boccaccio (1313- 1375)
Se cree que nació en París, hijo ilegítimo de un comerciante y una noble francesa. Fue criado en Florencia y Nápoles.
Gracias a su obra el Decamerón es considerado el primer narrador moderno, y también gracias a ella alcanzó la gloria definitiva. Entre sus obras se encuentran: primer romance en prosa (1336) Filocolo, Elegía Fiammetta (1343), Teseida (1340).
Durante sus últimos años se dedicó a la meditación religiosa.
Esta, su gran obra, fue escrita entre 1349 y 1351, es una gran colección de cien cuentos de variada procedencia donde el autor muestra su inigualable destreza de narrador, perspicacia y magnífica descripción de las costumbres de aquel tiempo.
Décima jornada
Información adicional
¿Qué fue la "Peste negra" o "Peste bubónica"?
La peste bubónica fue conocida como peste negra debido a las manifestaciones físicas que provocaba en quienes la padecían. Producía una gran y dolorosa hinchazón en los nódulos linfáticos a lo largo del cuello, axilas e ingle. Estos síntomas están acompañados de fiebre, temblores, dolores en las articulaciones y cabeza, malestar general y náuseas. Además los enfermos estaban cubiertos con manchas negras debido al daño en las capas inferiores de la piel y los tejidos.
Esta peste tuvo sus orígenes en el S XIV, en el sur de Rusia, desde donde se extendió hacia Europa.
La enfermedad se propagó gracias a diversas cuestiones (el crecimiento de las rutas comerciales y viajeras, las guerras y hambrunas, condiciones climáticas adversas, la malnutrición, etc.) y llegó a arrasar con poblaciones enteras, esta pandemia acabó con la vida de más de 75 millones de personas (un tercio de la población europea al momento), teniendo un promedio de mortalidad de entre el 30 y el 75 %.
Datos del autor
Giovanni Boccaccio (1313- 1375)
Se cree que nació en París, hijo ilegítimo de un comerciante y una noble francesa. Fue criado en Florencia y Nápoles.
Gracias a su obra el Decamerón es considerado el primer narrador moderno, y también gracias a ella alcanzó la gloria definitiva. Entre sus obras se encuentran: primer romance en prosa (1336) Filocolo, Elegía Fiammetta (1343), Teseida (1340).
Durante sus últimos años se dedicó a la meditación religiosa.
Esta, su gran obra, fue escrita entre 1349 y 1351, es una gran colección de cien cuentos de variada procedencia donde el autor muestra su inigualable destreza de narrador, perspicacia y magnífica descripción de las costumbres de aquel tiempo.
Ahora los invito a disfrutar de algunas de las historias que pertenecen a esta gran obra:
Se les presentan dos de los relatos que se contaron en la décima y última jornadaDécima jornada
COMIENZA LA DÉCIMA Y ÚLTIMA JORNADA DEL DECAMERÓN, EN LA
CUAL BAJO EL GOBIERNO DE PÁNFILO, SE DISCURRE SOBRE QUIENES LIBERALMENTE O CON
VERDADERA MAGNIFICENCIA HICIERON ALGO, YA EN ASUNTOS DE AMOR, YA EN OTROS.
Aún estaban bermejas algunas nubecillas del occidente,
habiendo ya las del oriente, en su extremidad semejantes al oro, llegado a ser
luminosísimas por los solares rayos que, aproximándoseles, mucho las herían,
cuando Pánfilo, levantándose, a las señoras y a sus compañeros hizo llamar. Y
venidos todos, con ellos habiendo deliberado adónde pudiesen ir para su
esparcimiento, con lento paso se puso a la cabeza, acompañado por Filomena y
Fiameta, y con todos los otros siguiéndole; y hablando de muchas cosas sobre su
futura vida, y diciendo y respondiendo, por largo tiempo se fueron paseando; y
habiendo dado una vuelta bastante larga, comenzando el sol a calentar ya
demasiado, se volvieron a la villa. Y allí, en torno a la clara fuente,
habiendo hecho enjuagar los vasos, el que quiso bebió algo, y luego entre las
placenteras sombras del jardín, hasta la hora de comer se fueron divirtiendo; y
luego de que hubieron comido y dormido, como solían hacer, cuando al rey plugo
se reunieron, y allí el primer discurso lo ordenó el rey a Neifile, la cual
alegremente comenzó así:
CUENTO
PRIMERO
Un caballero sirve al rey de España; le parece estar
mal recompensado, por lo que el rey, con una prueba evidentísima, le muestra
que no es culpa suya, sino de su mala fortuna, recompensándole luego
generosamente.
Como grandísima gracia, honorables señoras, debo reputar
que nuestro rey me haya encargado en primer lugar hablar sobre la
magnificencia, la cual, como el Sol es hermosura y ornamento del cielo, es
claridad y luz de cualquier otra virtud. Contaré, pues, sobre todo una novelita
a mi parecer asaz donosa, cuyo recuerdo (con certeza) no podrá ser sino útil.
- Debéis, pues, saber que entre los demás valerosos
caballeros que desde hace mucho tiempo hasta ahora ha habido en nuestra ciudad,
fue uno, y tal vez el mejor, micer Ruggeri de los Figiovanni; el cual siendo
rico y de gran ánimo, y viendo que, considerada la cualidad del vivir y de las
costumbres de Toscana, él, quedándose en ella, poco o nada podría demostrar su
valor, tomó el partido de irse un tiempo junto a Alfonso, rey de España, la
fama de cuyo valor sobrepasaba a la de cualquier otro señor de aquellos
tiempos; y muy honradamente equipado de armas y de caballos y de compañía se
fue a él en España y graciosamente fue recibido por el rey. Allí, pues,
viviendo micer Ruggeri y espléndidamente viviendo y en hechos de armas haciendo
maravillosas cosas, muy pronto se hizo conocer como valeroso. Y habiendo estado
allí ya algún tiempo observando mucho las maneras del rey, le pareció que éste,
ora a uno, ora a otro daba castillos y ciudades y baronías muy poco
discretamente, como dándolas a quien no era digno; y porque a él, que entre los
que lo eran se consideraba, nada le era dado, juzgó que mucho disminuía aquello
su fama; por lo que deliberó irse de allí y pidió licencia al rey. El rey se la
concedió y le dio una de las mejores mulas que nunca se hubieron cabalgado, y
la más hermosa, la cual, por el largo camino que tenía que hacer, fue muy
estimada por micer Ruggeri.
Después de esto, encomendó el rey a un discreto servidor
suyo que, de la manera que mejor le pareciese, se ingeniase en cabalgar la
primera jornada con micer Ruggeri de guisa que no pareciese mandado por el rey,
y todo lo que dijese de él lo conservara en la memoria de manera que pudiera
decírselo luego, y a la mañana siguiente le mandase que volviera a donde estaba
el rey.
El servidor, estando al cuidado, al salir micer Ruggeri
de la ciudad, muy hábilmente se fue acompañándole, diciéndole que venía hacia
Italia. Cabalgando, pues, micer Ruggeri en la mula que le había dado el rey, y
con aquél de una cosa y de otra hablando, acercándose la hora de tercia, dijo:
- Creo que estaría bien que llevásemos a estercolar
a estas bestias.
Y, entrando en un establo, todas menos la mula
estercolaron; por lo que, siguiendo adelante, estando siempre el servidor
atento a las palabras del caballero, llegaron a un río, y abrevando allí a sus
bestias, la mula estercoló en el río. Lo que viendo micer Ruggeri, dijo:
- ¡Bah!, desdichado te haga Dios, animal, que eres
como el señor que te ha dado a mí.
El servidor se fijó en estas palabras, y como en otras
muchas se había fijado caminando todo el día con él, ninguna otra que no fuese
en suma alabanza del rey le oyó decir, por lo que a la mañana siguiente,
montando a caballo y queriendo cabalgar hacia Toscana, el servidor le dio la
orden del rey, por lo que micer Ruggeri incontinenti se volvió atrás.
Y habiendo ya sabido el rey lo que había dicho de la
mula, haciéndole llamar le preguntó que por qué le había comparado con su mula,
o mejor a la mula con él.
Micer Ruggeri, con abierto gesto le dijo:
- Señor mío, os asemejáis a ella porque, así como
vos hacéis dones a quien no conviene y a quien conviene no los hacéis, así ella
donde convenía no estercoló y donde no convenía, sí.
Entonces dijo el rey:
- Micer Ruggeri, el no haberos hecho dones como los
he hecho a muchos que en comparación de vos nada son, no ha sucedido porque yo
no os haya tenido por valerosísimo caballero y digno de todo gran don; sino por
vuestra fortuna, que no me lo ha permitido, en lo que ella ha pecado y yo no. Y
que digo verdad os lo mostraré manifiestamente.
A quien Ruggeri repuso:
- Señor mío, yo no me enojo por no haber recibido
dones de vos, porque no los deseaba para ser más rico, sino porque vos no
habéis testimoniado con nada la estima de mi valor, sin embargo, tengo la
vuestra por buena excusa y por honrada, y estoy dispuesto a ver lo que os
plazca, aunque os crea sin ninguna prueba.
Lo llevó, entonces, el rey, a una gran sala donde, como
había ordenado antes, había dos grandes cofres cerrados, y en presencia de
muchos le dijo:
- Micer Ruggeri, en uno de estos cofres está mi
corona, el cetro real y el orbe y muchos buenos cinturones míos, broches, anillos
y otras preciosas joyas que tengo; el otro está lleno de tierra. Coged uno,
pues, y el que cojáis será vuestro y podréis ver quién ha sido ingrato hacia
vuestro valor, si yo o vuestra fortuna.
Micer Ruggeri, puesto que vio que así agradaba al rey,
cogió uno, el cual mandó el rey que fuese abierto, y se encontró que estaba
lleno de tierra; con lo que el rey, riéndose, dijo:
- Bien podéis ver, micer Ruggeri, que es verdad lo
que os digo de vuestra fortuna; pero en verdad vuestro valor merece que me oponga
a sus fuerzas. Yo sé que no tenéis la intención de haceros español, y por ello
no quiero daros aquí ni castillo ni ciudad, pero el cofre que la fortuna os
quitó, aquél a despecho de ella quiero que sea vuestro, para que a vuestra
tierra podáis llevároslo y de vuestro valor con el testimonio de mis dones
podáis gloriaros con vuestros conciudadanos.
Micer Ruggeri, cogiéndolo, y dadas al rey aquellas
gracias que a tamaño don correspondían, con él, contento, se volvió a Toscana.
CUENTO
TERCERO
Mitrídanes, envidioso de la cortesía de Natán, yendo a
matarlo, sin conocerlo se encuentra con él, e informado por él mismo sobre lo
que debe hacer, lo encuentra en un bosquecillo como éste lo había dispuesto; el
cual, al reconocerlo, se avergüenza y se hace amigo suyo.
Cosa semejante a un milagro les parecía, en verdad, a
todos haber escuchado; es decir, que un clérigo hubiese hecho algo magnífico;
pero callando ya la conversación de las señoras, mandó el rey a Filostrato que
continuase; el cual, prestamente, comenzó:
- Nobles señoras, grande fue la magnificencia del rey de
España y acaso mucho más inaudita la del abad de Cluny, ¡pero tal vez no menos
maravilloso os parecerá oír que uno, por liberalidad, a otro que deseaba su
sangre y también su espíritu, con circunspección se dispuso a entregársela! y
lo habría hecho si aquél hubiera querido tomarlo, tal como en una novelita mía
pretendo mostraros.
Certísimo es, si se puede dar fe a las palabras de
algunos genoveses y de otros hombres que han estado en aquellas tierras, que en
la parte de Cata, hubo un hombre de linaje noble y rico sin comparación,
llamado por nombre Natán, el cual teniendo una finca cercana a un camino por el
que casi obligadamente pasaban todos los que desde Poniente a las partes de
Levante o de Levante a Poniente querían venir, y teniendo el ánimo grande y
liberal y deseoso de ser conocido por sus obras, teniendo allí muchos maestros,
hizo allí en poco espacio de tiempo construir una de las mayores y más ricas
mansiones que nunca fueran vistas, y con todas las cosas que eran necesarias
para recibir y honrar a gente noble la hizo óptimamente proveer.
Y teniendo numerosa y buena servidumbre, con agrado y con
fiestas a quienquiera que iba o venía hacía recibir y honrar; y tanto perseveró
en tal loable costumbre que ya no solamente en Levante, sino en Poniente se le
conocía por su fama.
Y estando ya cargado de años, pero no cansado de
ejercitar la cortesía, sucedió que llegó su fama a los oídos de un joven
llamado Mitrídanes, de una tierra no lejana de la suya, el cual, viéndose no
menos rico que lo era Natán, s!ntiéndose celoso de su fama y de su virtud, se
propuso o anularla u ofuscarla con mayores liberalidades; y haciendo construir
una mansión semejante a la de Natán, comenzó a hacer las más desmedidas
cortesías que nunca nadie había hecho a quien iba o venia por allí, y sin duda
en poco tiempo muy famoso se hizo.
Ahora bien, sucedió un día que, estando el joven
completamente solo en el patio de su mansión, una mujercita, que había entrado
por una de las puertas de la mansión, le pidió limosna y la obtuvo; y volviendo
a entrar por la segunda puerta hasta él, la recibió de nuevo, y así
sucesivamente hasta la duodécima; y volviendo la decimotercera vez, dijo
Mitrídanes:
- Buena mujer, eres muy insistente en tu pedir y no
dejó, sin embargo, de darle una limosna.
La viejecita, oídas estas palabras, dijo:
- ¡Oh liberalidad de Natán, qué maravillosa eres!,
que por treinta y dos puertas que tiene su mansión, como ésta, entrando y
pidiéndole limosna, nunca fui reconocida por él (o al menos no lo mostró) y
siempre la obtuve; y aquí no he venido más que trece todavía y he sido
reconocida y reprendida.
Y diciendo esto, sin más volver, se fue. Mitrídanes, al
oír las palabras de la vieja, como quien lo que escuchaba de la fama de Natán
lo consideraba disminución de la suya, en rabiosa ira encendido comenzó a
decir:
- ¡Ay, triste de mí! ¿Cuándo alcanzaré la
liberalidad de las grandes cosas de Natán, que no sólo no lo supero como busco,
sino que en las cosas pequeñísimas no puedo acercármele? En verdad me canso en
vano si no lo quito de la tierra; la cual cosa, ya que la vejez no se lo lleva,
conviene que la haga con mis propias manos.
Y con este ímpetu se levantó, sin decir a ninguno su
intención y, montando a caballo con pocos acompañantes, después de tres días
llegó a donde vivía Natán; y habiendo a sus compañeros ordenado que fingiesen
no conocerle y que se procurasen un albergue hasta que recibiesen de él otras
órdenes, llegando allí al caer la tarde y estando solo, no muy lejos de la
hermosa mansión encontró a Natán solo, el cual, sin ningún hábito pomposo,
estaba dándose un paseo; a quien él, no conociéndole, preguntó si podía decirle
dónde vivía Natán. Natán alegremente le repuso:
- Hijo mío, nadie en esta tierra puede mostrártelo
mejor que yo, y por ello, cuando gustes te llevaré allí.
El joven dijo que le agradaría pero que, si podía ser, no
quería ser visto ni conocido de Natán; al cual Natán dijo:
- También esto haré, pues que te place.
Echando, pues, Mitrídanes pie a tierra, con Natán, que
agradabilísima conversación muy pronto trabó con él, hasta su mansión se fue.
Allí hizo Natán a uno de sus criados coger el caballo del joven, y al oído le
ordenó que prestamente arreglase con todos los de la casa que ninguno le dijera
al joven que él era Natán; y así se hizo.
Pero cuando ya en la mansión estuvieron, llevó a
Mitrídanes a una hermosísima cámara donde nadie le veía sino quienes él había
señalado para su servicio; y, haciéndolo honrar sumamente, él mismo le hacía
compañía. Estando con el cual Mitrídanes, aunque le tuviese la reverencia que a
un padre, le preguntó que quién era; al cual respondió Natán:
- Soy un humilde servidor de Natán, que desde mi
infancia he envejecido con él, y nunca me elevó a otro estado que al que me
ves; por lo cual, aunque todos los demás le alaben tanto, poco puedo alabarle
yo.
Estas palabras llevaron algunas esperanza a Mitrídanes de
poder con mejor consejo y con mayor seguridad llevar a efecto su perverso
propósito; al cual, Natán, muy cortésmente le preguntó quién era y qué asunto
le traía por allí, ofreciéndole su consejo y su ayuda en lo que pudiera.
Mitrídanes tardó un tanto en responder y decidiéndose por fin a confiarse con
él, con largo circunloquio, le pidió su palabra y luego el consejo y la ayuda;
y quién era él y por qué había venido, y movido por qué sentimiento,
enteramente le descubrió.
Natán, oyendo el discurso y feroz propósito de
Mitrídanes, mucho se enojó en su interior, pero sin tardar mucho, con fuerte
ánimo e impasible gesto le respondió:
- Mitrídanes, noble fue tu padre y no quieres
desmerecer de él, tan alta empresa habiendo acometido como lo has hecho, es decir,
la de ser liberal con todos; y mucho la envidia que por la virtud de Natán
sientes alabo porque, si de éstas hubiera muchas, el mundo, que es misérrimo,
pronto se haría bueno. La intención que me has descubierto sin duda permanecerá
oculta, para la cual antes un consejo útil que una gran ayuda puedo ofrecerte:
el cual es éste. Puedes ver desde aquí un bosquecillo al que Natán casi todas
las mañanas va él solo a pasearse durante un buen rato; allí fácil te será
encontrarlo y hacerle lo que quieras; al cual, si matas, para que puedas sin
impedimento a tu casa volver, no por el camino por el que viniste, sino por el
que ves a la izquierda irás para salir del bosque, porque aunque algo más
salvaje sea, está más cerca de tu casa y por consiguiente, más seguro.
Mitrídanes, recibida la información y habiéndose
despedido Natán de él, ocultamente a sus compañeros (que también estaban allí
adentro) hizo saber dónde debían esperarlo al día siguiente. Pero luego de que
hubo llegado el nuevo día, Natán, no habiendo cambiado de intención por el
consejo dado a Mitrídanes, ni habiéndolo cambiado en nada, se fue solo al
bosquecillo y se dispuso a morir. Mitrídanes, levantándose y cogiendo su arco y
su espada, que otras armas no tenía, y montado a caballo, se fue al bosquecillo,
y desde lejos vio a Natán solo ir paseándose por él; y queriendo, antes de
atacarlo, verlo y oído hablar, corrió hacia él y, cogiéndolo por el turbante
que llevaba en la cabeza, dijo:
- ¡Viejo, muerto eres!
Al que nada respondió Natán sino:
- Entonces es que lo he merecido.
Mitrídanes, al oír su voz y mirándole a la cara,
súbitamente reconoció que era aquel que le había benignamente recibido y
fielmente aconsejado; por lo que de repente desapareció su furor y su ira se
convirtió en vergüenza. Con lo que, arrojando lejos la espada que para herirlo
había desenvainado, bajándose del caballo, corrió llorando a arrojarse a los
pies de Natán y dijo:
- Manifiestamente conozco, carísimo padre, vuestra
liberalidad, viendo con cuánta prontitud habéis venido a entregarme vuestro
espíritu, del que, sin ninguna razón, me mostré a vos mismo deseoso; pero Dios,
más preocupado de mi deber que yo mismo, en el punto en que mayor ha sido la
necesidad me ha abierto los ojos de la inteligencia, que la mísera envidia me
había cerrado; y por ello, cuanto más pronto habéis sido en complacerme, tanto
más conozco que debo hacer penitencia por mi error; tomad, pues, de mí, la
venganza que estimáis convenientemente para mi pecado.
Natán hizo levantar a Mitrídanes, y tiernamente lo abrazó
y lo besó, y le dijo:
- Hijo mío, en tu empresa, quieras llamarla mala o
de otra manera, no es necesario pedir ni otorgar perdón porque no la
emprendiste por odio, sino por poder ser tenido por el mejor. Vive, pues,
confiado en mí, y ten por cierto que no vive ningún otro hombre que te ame
tanto como yo, considerando la grandeza de tu ánimo que no a amasar dineros,
como hacen los miserables, sino a gastar los amasados se ha entregado; y no te
avergüences de haber querido matarme para hacerte famoso ni creas que yo me
maraville de ello. Los sumos emperadores y los grandísimos reyes no han
ampliado sus reinos, y por consiguiente su fama, sino con el arte de matar no
sólo a un hombre como tú querías hacer, sino a infinitos, e incendiar países y
abatir ciudades; por lo que si tú, por hacerte más famoso, sólo querías matarme
a mí, no hacías nada maravilloso ni extraño, sino muy acostumbrado.
Mitrídanes, no excusando su perverso deseo sino alabando
la honesta excusa que Natán le encontraba, razonando llegó a decirle que se
maravillaba sobremanera de cómo Natán había podido disponerse a aquello y a
darle la ocasión y el consejo; al cual dijo Natán:
- Mitrídanes, no quiero que ni de mi consejo ni de
mi disposición te maravilles porque desde que soy dueño de mí mismo y dispuesto
a hacer lo mismo que tú has emprendido, ninguno ha habido que llegase a mi casa
que yo no lo contentase en lo que pudiera en lo que fuese por él pedido.
Viniste tú deseoso de mi vida; por lo que, al oírtela solicitar, para que no
fuese el único que sin obtener lo que habías pedido se fuese de aquí,
prestamente decidí dártela y para que la tuvieses aquel consejo te di que creí
que era bueno para obtener la mía y no perder la tuya; y por ello todavía te
digo y ruego que, si te place, la tomes y te satisfagas con ella; no sé cómo
podría emplearla mejor. Ya la he usado ochenta años y la he gastado en mis
deleites y en mis consuelos; y sé que, según el curso de la naturaleza, como
sucede a los demás hombres y generalmente a todas las cosas, por poco tiempo ya
podrá serme otorgada; por lo que juzgo que es mucho mejor darla, como siempre
he dado y gastado mis tesoros, que quererla conservar tanto que contra mi
voluntad me sea arrebatada por la naturaleza. Pequeño don es dar cien años;
¿cuánto menor será dar seis u ocho que me queden por estar aquí? Tómala, pues,
si te agrada, te ruego, porque mientras he vivido aquí todavía no he encontrado
a nadie que la haya deseado y no sé cuándo pueda encontrar a alguno, si no la
tomas tú que la deseas; y por ello, antes de que disminuya su valor tómala, te
lo ruego.
Mitrídanes, avergonzándose profundamente, dijo:
- No quiera Dios que cosa tan preciosa como es
vuestra vida vaya yo a tomar, quitándola a vos, y ni siquiera que la desee,
como antes hacía; a la cual no ya no disminuiría sus años, sino que le añadiría
de los míos si pudiese.
A quien prestamente Natán dijo:
- Y si puedes, ¿querrías añadírselos? Y me harías
hacer contigo lo que nunca con nadie he hecho, es decir, coger sus cosas, que
nunca a nadie las cogí.
- Sí -dijo súbitamente Mitrídanes.
- Pues -dijo Natán- harás lo que voy a
decirte. Te quedarás, joven como eres, aquí en mi casa y te llamarás Natán, y
yo me iré a la tuya y siempre me haré llamar Mitrídanes.
Entonces Mittídanes repuso:
- Si yo supiese obrar tan bien como sabéis vos y
habéis sabido, tomaría sin pensarlo demasiado lo que me ofrecéis; pero porque
me parece ser muy cierto que mis obras disminuirían la fama de Natán y yo no
entiendo estropear en otra persona lo que no sé lograr para mí, no lo tomaré.
Estos y muchos otros amables razonamientos habidos entre
Natán y Mitrídanes, cuando plugo a Natán juntos hacia la mansión volvieron,
donde Natán, muchos días sumamente honró a Mitrídanes y con todo ingenio y
sabiduría le confortó en su alto y grande propósito. Y queriendo Mitrídanes con
su compañía volver a casa, habiéndole Natán muy bien hecho conocer que nunca en
liberalidad podría vencerle, le dio su licencia.
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