lunes, 18 de junio de 2012

Prácticas del Lenguajes- Para trabajar con Cuentos de mamá Oca

Los cuentos de mamá Oca, originalmente se llamaron Cuentos de antaño y pertenecen a una publicación de Charles Perrault, en la que el autor recolpiló cuentos infantiles pertenecientes a su cultura. Estos cuentos no pertenecen enteramente a Perrault, sino que son de todos, es decir, son los cuentos que fueron pasando de boca en boca durante muchísimos años, pero fue él, quien los juntó para publicarlos en este libro.




¿Escribió Perrault los cuentos o fue su hijo Pierre Darmancourt? ¿Son relatos para niños o para adultos?.
Estos son los dos interrogantes mayores a la hora de estudiar los cuentos. Charles Perrault era un académico de prestigio, conocido en toda Francia. ¿Qué hubiera pensado el público de su tiempo si un académico se dedicara a escribir cuentos? Parece verosímil el hecho de que Charles Perrault escribiera los Cuentos y los
publicara bajo el nombre de su hijo para evitar las posibles críticas. Pero también es verosímil el hecho de que el hijo escribiera pequeños relatos como ejercicios literarios de expresión y, posteriormente, estos fueran reelaborados por Perrault padre para su publicación.


Paralelamente al problema del autor, está el del público, al cual iban destinados los cuentos. Existen algunos, como Piel de asno, que no están pensados precisamente para niños por la complejidad de la trama argumental y la abundancia de elementos descriptivos y decorativos. Otros, como Caperucita Roja, están
dirigidos sin duda a un público  infantil. Relatos como "Grisélidis" o "Barba azul" eran muy del gusto
en las frecuentísimas reuniones de los salones de época en Francia, donde una selecta minoría aristocrática se reunía en un embiente  frívolo y sofistificado. Así, pues, la pregunta continúa sin respuesta:
"Los cuentos de la Literatura oral están destinados a un público adulto. Sólo una parte restringida de ese repertorio, los "cuentos de advertencias" y algunos cuentos de animales se dirigen a los niños"...
... Un relato como "Caperucita Roja", que es típicamente un relato de poner sobreaviso, resulta vecino de Barba Azul o El gato con botas, que se reencuentran corrientemente en el repertorio de los soldados o de los agramadores de lino.


Datos del autor


Charles Perrault



Charles Perrault nació en París (Francia), y vivió desde 1628 a 1703. Fue un escritor que ejerció la abogacía durante algún tiempo, pero a partir de 1683 se entregó plenamente a la literatura. Escribió el poema El siglo de Luis el Grande (1687), pero en especial Perrault es conocido ante todo por sus cuentos, entre los que figuran  Cenicienta y La bella durmiente, que él recuperó de la tradición oral en Historias o cuentos del pasado (1697) y conocidos también como Cuentos de mamá Oca, por la ilustración que figuraba en la cubierta de la edición original. Llegó a ser miembro de la Academia Francesa. Su mayor fama la logró escribiendo y contando cuentos especialmente  para los niños.
Los cuentos de Perrault gustaron mucho, pero ni él mismo pudo imaginar que sus historias infantiles llegarían a perdurar a través de los siglos, puesto que  hace trescientos años que Perrault publicó sus Cuentos de antaño, en los que aparecieron La bella durmiente del bosque, Caperucita Roja, Riquete el del copete, El gato con botas, Cenicienta y Pulgarcito.

Algunas historias para disfrutar


Caperucita Roja 
Hace mucho tiempo, en una cierta villa vivía una pequeña niña campesina, la más bella creatura nunca vista. Su madre estaba muy orgullosa de ella, y su abuelita la amaba quizás aún más. Esta buena abuelita hizo para ella una pequeña gorrita o caperuza de un lindo color rojo, y le quedó tan bien a la niña, que nunca se la quitaba, y todos empezaron a llamarla Caperucita Roja.
Un día su mamá, habiendo hecho unos panes y pasteles, le dijo:
-"Ve, mi amor, donde abuelita a ver cómo se encuentra, pues me contaron que estaba enfermita. Llévale estos panecillos y pasteles y una jarra de mantequilla."-
Caperucita partió inmediatamente para donde su abuelita, que vivía en la villa vecina. Cuando ella iba atravesando el bosque, se encontró con el lobo Gaffer, que tuvo la intención de comérsela, pero decidió que aún no, porque andaban leñadores en el bosque. Él le preguntó que hacia donde iba. La pobre niña que no sabía que era muy peligroso conversar con extraños, le dijo:
-"Voy a ver a mi abuelita, y le llevo unos panes y pasteles y una jarra de mantequilla que le envía mi mamá."-
-"¿Y vive ella lejos de aquí?"- preguntó el lobo.
-"Oh, sí"- contestó Caperucita, -"vive atrás de aquel molino que ves por allá, la primera casa a la entrada de la villa."-
-"Está bien"- dijo el lobo, -"yo también la visitaré. Yo iré por este camino, y tú por aquel, y veremos quien llega de primero."-
El lobo entonces corrió lo más que podía, tomando el atajo más corto, mientras que la niña iba por el más largo, entreteniéndose recogiendo nueces, persiguiendo mariposas, y haciendo ramitos de flores que cortaba. El lobo pronto llegó a la casa de la viejita. Tocó a la puerta -tuc, tuc, tuc.-
-"¿Quien es?"- preguntó la abuelita.
-"Tu nieta, Caperucita Roja"-replicó el lobo imitando su voz, -"y he traído panes y pasteles y una jarrita de mantequilla que mi mamá te envía."-
La buena abuelita, que estaba en cama debido a su malestar, gritó:
-"Levanta la tranca, y podrás abrir"-
El lobo levantó la tranca y abrió la puerta. Se abalanzó sobre la buena mujer y de un sólo bocado se la tragó, pues él no había comido nada en tres días. Entonces él cerró la puerta, se metió en la cama de la abuelita y esperó a Caperucita, quien al rato llegó y tocó a la puerta -tuc, tuc, tuc.-
-"¿Quien es?"- preguntó el lobo.
Caperucita al oír la ronca voz del lobo, al principio sintió temor, pero luego pensando que la abuelita estaba resfriada, contestó: 
-"Es tu nieta, Caperucita Roja, que te ha traído panes y pasteles y una jarrita con mantequilla que te envía mi mamá.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
-"Levanta la tranca, y podrás abrir"-
Caperucita levantó la tranca y abrió la puerta.

El lobo, viéndola entrar, le dijo, ocultándose lo mejor posible bajo las sábanas:
-"Pon los panes y la jarrita de mantequilla sobre la tarima y ven acompáñame aquí."-
Caperucita se quitó su abrigo y se sentó en la cama, y la sorprendió mucho cómo lucía su abuelita en sus trajes de dormir.
Caperucita preguntó:
-"¡Abuelita, qué brazos tan largos tienes!"-
-"Son para abrazarte mejor, querida."-
-"¡Abuelita, qué piernas tan largas tienes!"- 
-"Son para correr mejor, hijita."-
-"¡Abuelita, qué grandes orejas tienes!"-
-"Son para oírte mejor, hijita."-
-"¡Abuelita, qué grandes ojos tienes!"-
-"Son para verte mejor, hijita."-
-"¡Abuelita, qué boca tan grande tienes!"-
-"¡Es para comerte mejor!"-
Y diciendo esas palabras, el malvado lobo cayó sobre Caperucita y la devoró.
(Nota: aquí termina la versión de Charles Perrault)
Enseñanza:
Los "lobos humanos" siempre están al acecho de niños y niñas inocentes. Nunca se debe dar confianza ni contar cosas personales a los extraños.



Cenicienta o La Zapatilla de Cristal  
Hace muchos años, hubo un caballero que después de enviudar, tuvo como segunda esposa a una mujer también viuda que era de lo más orgullosa y altanera que podría imaginarse. Ella tenía dos hijas propias, que eran, sin ninguna duda, exactamente igual a su madre en todos sus defectos. El caballero también tenía una joven hija, con un temperamento tan bondadoso y tan dulce, que ella heredó de su madre, que hacía que no hubiera otra creatura mejor en el mundo.
No habían pasado muchos días desde la boda, cuando el mal temperamento de la nueva esposa la empezó a delatar tal como era. Ella no soportaba la bondad de la joven hijastra, porque eso hacía aparecer a sus hijas como odiosas. La madrastra le daba a ella los trabajos más duros de realizar en la casa, lavar los platos, preparar las mesas, pulir los pisos y limpiar las habitaciones completamente. La pobre muchacha tenía que dormir en el desván, sobre una miserable cama de paja, mientras que las hermanastras ocupaban finas habitaciones con pisos adoquinados, sus camas eran de la última moda, y tenían amplios espejos para mirarse de cuerpo entero. La pobre muchacha lo soportaba todo pacientemente, y no se atrevía a contárselo a su padre, quien la habría regañado por ello, ya que la nueva esposa lo dominaba completamente.
Cuando ella terminaba su labor, acostumbraba ir a la esquina de la chimenea, y sentarse entre las cenizas, de ahí que la llamaran "Escarbacenizas". La más joven de las hermanastras, que no era tan ruda y grosera como la mayor, la llamó "Cenicienta". Sin embargo, Cenicienta, a pesar de sus vestidos humildes, estaba siempre mucho más hermosa que las otras, y eso que ellas usaban lujosa ropa.
Sucedió que el hijo del rey preparó un festival, e invitó a todas las personas de la alta sociedad. Nuestras muchachitas fueron invitadas también, pues ellas mostraban gran prestancia entre la gente del pueblo. Ellas se emocionaron con la invitación, y estuvieron maravillosamente ocupadas escogiendo vestidos, enaguas, sombreros y todo lo que pudiera venirles mejor. Eso le aumentó la carga de trabajo a Cenicienta, pues tenía que plancharles toda aquella vestimenta y plegarle los  paletones. Durante todo el día sólo hablaron de cómo irían vestidas.
-"Por mi parte"- dijo la mayor, -"me pondré mi traje de terciopelo rojo con las guarniciones francesas"-
-"Y yo"- dijo la menor, -"usaré mi falda de costumbre, pero para que haga juego con ella, me  pondré mi capa con flores doradas, y mi prendedor de diamante, que está muy lejos de ser el más ordinario del mundo."-
Ellas enviaron por las mejores peinadoras que pudieron encontrar para que las peinaran con un estilo maravilloso, y compraron cosméticos para sus mejillas. Cenicienta era consultada en todos estos asuntos, ya que tenía buen gusto. Ella, que no era rencorosa, siempre les indicaba lo mejor, y también les ofrecía sus servicios para arreglar sus cabellos, que ellas aceptaban que lo hiciera.
Y mientras ella les ayudaba con eso, las hermanas preguntaron:
-"Cenicienta, ¿no te gustaría ir al festival?"-
-"Jóvenes damas"- dijo ella, -"sé que solamente se están burlando de mí. Bien saben que no estoy presentable como para ir ahí."-
-"Tienes razón"- respondieron, -"la gente se reiría de ver a una Escarbacenizas en el festival."-
Todas, menos Cenicienta, habían arreglado sus cabellos retorcidos, pero ella lo tenía bonito por naturaleza, y le lucía perfectamente bien. Las dos hermanastras pasaron dos días de ayuno, pero los pasaron con gusto. Rompieron como una docena de lazos tratando de ponérselos ajustados, para aparentar una fina y delgada figura, y continuamente se veían al espejo. 
Por fin, llegó el dichoso día y ellas fueron al palacio, y Cenicienta las siguió con sus ojos tan lejos como pudo, y cuando se perdieron de vista, se puso a llorar.
Su hada madrina, al verla en lágrimas, se presentó y le preguntó qué le sucedía.
-"Yo quisiera poder, yo quisiera poder..."- pero no podía terminar la frase por el llanto.
Su madrina le dijo:
-"Tú deseas poder ir al festival, ¿no es así?"-
-"¡Sí, claro!"- dijo Cenicienta suspirando.
-"Bien "- dijo su madrina, -"sé una buena chica y yo haré que vayas."- 
Entonces ella la llevó a su cámara, y le dijo:
-"Corre al jardín y tráeme una calabaza."-
Cenicienta salió a coger la mejor que podía, y se la trajo, y no se imaginaba como esa calabaza la ayudaría a ir al festival. Su madrina le sacó todo el interior a la calabaza, quedando sólo la cáscara intacta. Entonces la golpeó con su varita, y la calabaza se convirtió al instante en un fino y dorado carruaje. Y fueron entonces a ver la trampa de ratones, donde encontraron a seis, todos vivos. Ella le ordernó a Cenicienta levantar la tapa de la trampa, y a medida que salía cada ratón, le daba un toquecito con su varita, y se convertía en el acto en un fino caballo, y los seis hicieron un gran  conjunto, con un bello color gris vareteado. 
Como faltaba un cochero, Cenicienta dijo:
-"Voy a ver si no hay una rata en la trampa para ratas, que pudiera hacer de cochero."-
-"Tienes razón"- replicó la madrina, -"ve y mira."-
Cenicienta le trajo la trampa para ratas, en la que había tres grandes ratas. El hada escogió a la que tenía la barba más larga, y tocándola con su varita, se tornó en un gordito cochero con el más  fino bigote y patillas nunca antes vistos. Tras eso, ella le dijo a Cenicienta:
-"Ve al jardín, y encontrarás a seis lagartijas detrás de la vasija de agua, y me las traes."-
No más las llevó, y la madrina las transformó en seis pajes, que se colocaron inmediatamente junto al coche, con sus uniformes todos bordados con oro y plata, y allí se estuvieron a la orden, como si nunca en su vida hubieran hecho otra cosa.
Entonces el hada dijo a Cenicienta:
-"Bueno, ya ves aquí un carruaje apto para ir al festival. ¿No te gusta?"-
-"¡Oh, sí!"- gritó ella, -"pero ¿debo ir en estos harapos?"-
Su madrina simplemente la tocó con su varita, y, en ese instante, su vestidos se tornaron de oro y plata, y decorados con joyas. Hecho eso, ella le dio un par de las más preciosas zapatillas de cristal que pudiera haber en el mundo entero. Estando ya así arreglada, montó en el carruaje, y su madrina le ordenó, que sobre todas las cosas, no se quedara pasada la media noche, y le advirtió, que si se quedaba un minuto más, el coche volvería a ser calabaza, sus caballos ratones, su cochero rata, sus pajes lagartijas, y sus vestidos harapos."-

Ella le prometió a su madrina que no le fallaría en dejar el festival antes de media noche. Ella salió, apenas pudiendo contenerse de la felicidad. Cuando llegó, le notificaron al hijo del rey que una gran princesa, que nadie conocía, había llegado, y corrío a recibirla. Le dió su mano para salir ella del coche, y la llevó al salón donde estaba reunida el resto de la gente. Se hizo un profundo silencio, todos dejaron de bailar, los violines cesaron de tocar, tan atraídos estaban todos por la singular belleza de la recién llegada. No se oía nada, excepto un susurro de voces diciendo:
-"¡Oh!, ¡Qué bella que es!, ¡Qué linda!"-
El mismo rey, que ya era viejo, no podía apartar sus ojos de ella y le dijo a la reina en su oído que hacía muchísimo tiempo que no veía a una tan bella y adorable creatura.
Todas las damas tomaban nota de su vestido y su sombrero, así el próximo día podrían ellas hacer el mismo patrón, proveyendo encontrar tan finos materiales y unas manos capaces de hacerlos.
El hijo del rey la condujo a la silla de honor, y luego la sacó a bailar con él. Ella bailó tan graciosamente, que cada vez era más y más admirada. Un refrigerio fue servido, pero el joven príncipe estaba tan ocupado con ella, que no probó un bocado.
Cenicienta fue y se sentó junto a sus hermanastras, mostrándoles a ellas gran cortesía, y dándoles entre otras cosas parte de las naranjas y limones que el príncipe le había regalado. Esto las sorprendió mucho, pues no había sido presentada a ellas.
En eso escuchó que el reloj daba un cuarto para las doce. Ella entonces se despidió de los asistentes y salió lo más rápido que pudo.
 Tan pronto llegó a la casa, corrió donde la madrina, y dándole las gracias, le contó lo mucho que desearía poder ir al festival al día siguiente, ya que el hijo del rey se lo había pedido.  Estaba ella emocionadamente contando a su madrina lo sucedido esa noche, cuando llegaron las dos hermanas y tocaron a la puerta. Cenicienta les abrió.
-"¡Tanto que tardaron!"- dijo ella, bostezando, frotándose los ojos, y estirándose como si acabara de despertar.
Ella no tuvo, sin embargo, ningún motivo para dormir desde que ellas salieron de la casa.
-"Si hubieras estado en el festival"- dijo una de las dos hermanas, -"no te hubieras aburrido ahí. Llegó allá la más fina princesa, la más bella que haya visto mortal alguno. Ella nos mostró miles de cortesías, y nos regaló naranjas y limones."- 
Cenicienta no mostró ninguna reacción con ello. Y más bien, les preguntó el nombre de la princesa; pero le dijeron que no lo sabían, y que el hijo del rey quedó muy interesado, y que daría todo el mundo por saber quien era. Y Cenicienta, sonriendo, respondió:
-"¿Entonces era ella tan bella? ¡Qué afortunadas que han sido!¿No podría verla yo? ¡Ah! querida Carlota, préstame tus trajes amarillos que usas cada día."-
-"¡Ah sí, cómo no!"- gritó Carlota, -"¡prestar mis vestidos a una tan sucia Escarbacenizas como eres tú! ¡Ni loca que estuviera!"-
Cenicienta, por su parte, esperaba una respuesta semejante y se alegró del rechazo; pues se hubiera visto en gran aprieto si hubiera aceptado prestarle el vestido que ella burlonamente le pidió. Al día siguiente las dos hermanas fueron al festival, y también lo hizo Cenicienta, pero vestida aún más exhuberante que la vez anterior. El hijo del rey siempre permaneció a su lado, y sus bellas palabras para ella nunca cesaban. Estas de ninguna manera incomodaron a la joven dama. Y de seguro, ella olvidó las órdenes de su madrina, de manera que ella oyó al reloj empezar a dar las doce, y que sólo le quedaban once campanadas. Ella se levantó súbito y huyó, tan rápida como un venado. El príncipe la siguió, pero no la alcanzó. A ella se le cayó una de las zapatillas de cristal, que el príncipe guardó muy cuidadosamente. Ella llegó a casa, casi sin aliento, sin carruaje, y en sus viejos vestidos, sin ninguno de sus adornos, excepto una de sus pequeñas zapatillas, la compañera de la que se le había perdido. Los guardias del palacio fueron interrogados si no habían visto salir a una princesa, y ellos contestaron que no habían visto a nadie más que a una joven, muy sencillamente vestida, que tenía más el aire de una campesina pobre que el de una joven dama.
Cuando las dos hermanas volvieron del festival, Cenicienta les preguntó si lo habían pasado bien, y que si la fina dama estuvo allí también. Ellas le dijeron que sí, pero que ella se retiró velozmente cuando daban las doce, y con tanto apresuramiento que perdió una de sus pequeñas zapatillas de cristal, la más bella del mundo, y que el hijo del rey la había guardado. Le dijeron, además, que no había hecho más que mirarla todo el tiempo, y que lo más seguro es estaba perdidamente enamorado de la bella dueña de la zapatilla.
Lo que ellas decían era cierto; por algunos días después, el hijo del rey mandó a proclamar, con sonido de trompetas, que el se casaría con la joven a quien la zapatilla le calzara exactamente. Entonces probaron con las princesas, luego con las duquesas, y con las cortesanas, pero todo en vano. Llegó el turno de probarlo a los dos hermanas, que hicieron lo imposible para que el pie le entrara en la zapatilla, pero no sucedió. Cenicienta, que vió eso, y conocía su zapatilla, dijo:
-"Permítanme ver si no me calza a mí."-
Sus hermanastras soltaron una breve risa y comenzaron a burlarse de ella. El caballero que fue enviado a probar la zapatilla miró atentamente a Cenicienta, y viéndola muy hermosa, dijo que era justo que ella la probara, y que tenía órdenes de dejar que toda dama la probara.
Él obligó a Cenicienta a sentarse, y, poniendo la zapatilla en su pequeño pie, encontró que entró muy fácilmente, y que le calzaba tan bien como si hubiera sido hecho de cera. El asombro de las dos hermanas fue inmenso, pero lo fue aún más cuando Cenicienta sacó de su bolso la otra zapatilla y la colocó en su otro pie. Ahí mismo, llegó su madrina, quien, tocando los vestidos de Cenicienta con su varita, los hizo más maravillosos que todos los que había usado antes.
Y ahora las dos hermanastras acataron que la bella dama que ellas vieron en el festival era Cenicienta. Ellas se tiraron a sus pies para pedirle perdón por sus maltratos a ella. Cenicienta las levantó, y abrazándolas les dijo que las perdonaba de todo corazón, y les pidió que la quisieran siempre.
Cenicienta fue llevada al joven príncipe, vestida como estaba. Él la encontró más esplendorosa que nunca, y a los pocos días, la desposó. Cenicienta, que era tan buena como bella, dio a sus dos hermanastras un hogar en el palacio, y ese mismo día ellas también se casaron con importantes señores de la corte.
Enseñanza:
La bondad siempre predomina sobre el error.



El Hada  
Había una vez una viuda que tenía dos hijas. La mayor era muy parecida a ella, tanto en apariencia como en carácter, de modo que quien conociera a la hija, conocía a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas, que nadie podía vivir con ellas. La menor, que era como una copia de su padre en su dulzura de temperamento y virtudes, era además una de las más bellas muchachas jamás conocidas. Y como es natural que la gente ame a quienes se le parecen, esta madre tenía preferencia por la hija mayor, y al mismo tiempo, cierta adversión por la menor. Así que siempre la tenía en la cocina trabajando continuamente.
Entre otras cosas, esta desafortunada joven tenía que ir dos veces al día a traer agua como a dos kilómetros de distancia, y traerla en una vasija grande. Un día, cuando ella estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer, quien le rogó que le diera de beber.
-"Oh, claro, con todo mi corazón, bendita señora."- dijo la joven. 
Y sumergiendo la vasija en la fuente, sacó un poco del agua clara y se la dió a la señora, sosteniéndole la vasija todo el tiempo, para que pudiera beber más fácilmente.
Habiendo terminado de beber, la buena señora le dijo:
-"Eres tan linda, tan buena y cortés, que no puedo dejar de ayudarte si no es otorgándote un don muy especial."- pues ésta era un hada, que había tomado la figura de una pobre campesina, para ver cuan civilizada y que buenas maneras poseía esta joven.
-"Yo te daré el don"- continuó el hada, -"para que a cada palabra que pronuncies, saldrá de tu boca ya sea una flor o una joya."-
Cuando esta bella joven regresó a casa, su madre la reprendió por haber tardado tanto en la fuente.
-"Te pido perdón, querida mamá"- dijo la pobre muchacha, -"por no haber sido más rápida."-
Y pronunciando esas palabras, salieron de su boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.
-"¿Qué es lo que estoy viendo?"- dijo la madre toda confundida. -"¡Pareciera que flores, perlas y diamantes salen de la boca de esta muchacha! ¿Cómo ha sucedido eso, mi hijita?"-
Esta era la primera vez que ella la llamaba "mi hijita".
La muchacha le contó francamente todo el suceso, sin que cesaran de salir flores y joyas de su boca.

-"¡Maravilloso!"- gritó la madre, -"debo enviar a mi muy querida hija allá. ¡Fanny, ven a ver lo que sale de la boca de tu hermana cada vez que habla! ¿No te gustaría, querida, recibir el mismo regalo? Sólo tienes que ir a la fuente, sacar agua con el recipiente, y cuando una pobre campesina te pida agua para beber, se la das con toda cordialidad."-
-"Ya quisiera yo verme yendo a la fuente a traer agua."- dijo despectivamente esta malcriada creatura.
-"Insisto en que debes ir"- dijo la madre, -"y ahora mismo."-
Ella fue, pero refunfuñando todo el camino, y llevando con ella el mejor recipiente de plata de la casa.
No más había llegado a la fuente, cuando vio que salía del bosque una dama magníficamente vestida, quien se acercó a ella, y le pidió que le diera de beber. Esta dama era la misma hada que se le presentó a su hermana, pero ahora venía con la apariencia y vestiduras de una princesa, para ver hasta donde llegaba la rudeza de esa muchacha.
-"¿Es que he venido aquí"-dijo la altanera y malcriada joven, -"sólo para darte de beber, eh? ¿Supongo que esta vasija de plata fue traída acá para deleite de su majestad, o no? Sin embargo puedes beber de él, si así lo crees."-
-"No eres nada amable."- contestó el hada, sin enojo. -"Pues bien, ya que eres tan insolente, te doy el don especial de que por cada palabra que pronuncies, saldrá de tu boca, ya sea una culebra o un sapo."-
Tan pronto como la madre la vio regresar, le gritó:
-"¿Y bien, hija?"-
-"¿Bien qué, madre?"- contestó la infeliz muchacha, saliéndole de su boca dos serpientes y un sapo.
-"¡Oh, por piedad!"- gritó la madre, -"¿Qué es lo que veo? Fue tu hermana la causante de todo esto, pero ya la pagará."- e inmediatamente corrió a castigarla. La pobre joven se alejó rápidamente de ella, y se fue a esconder al bosque vecino.
El hijo del rey, que regresaba de una persecusión de cacería, la encontró, y viéndola tan hermosa, le preguntó que qué hacía allí y por qué estaba llorando.
-"¡Caray, señor!, mi madre me ha forzado a salir de casa."-
El hijo del rey, cuando vio que cinco o seis perlas, y muchos diamantes salían de su boca, le pidió que le dijera cómo había sucedido eso. Ella le contó toda la historia. El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que tal don era mucho más valioso que lo que cualquier obsequio de bodas pudiera traer, la llevó de inmediato al palacio del rey, su padre, y allí se casaron.
Y en cuanto a la otra hermana, se hizo cada vez más despreciable, tanto que su madre terminó echándola puerta afuera. La miserable muchacha, después de mucho deambular, fue recibida en una casa como criada, pero con la condición de nunca jamás pronunciar una sola palabra.
Enseñanza:
Verdaderamente, las palabras pronunciadas por las personas bondadosas y amables, son siempre lindas flores y preciosas joyas.
Por el contrario, las palabras pronunciadas por personas despreciativas y altaneras, son siempre hirientes, horribles y miserables, como verdaderos monstruos.









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